Revista Nº18 " SOCIOLOGIA POLITICA"
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Resumen: El ensayo diserta sobre la importancia que para la democracia  tiene la libertad de elección y el cambio de lealtad política por parte de los ciudadanos. La idea rectora del documento, sostiene que la modernidad democrática en America latina ha sido posible gracias a los infieles, aquellos individuos que han decidido cambiar de decisióny han adoptado por  caminos alternativos para construir nuevas realidades políticas en la región.

 

Se concluye, que para fortalecer la democracia se requiere un cambio en las preferencias y lealtades políticas, debilitando lo que hoy día se conoce  como “voto duro,” para dar prioridad y mayor protagonismo a lo que se podría denominar el elector plástico. 

 

Palabras Clave.  Democracia, América latina, infidelidad, lealtad electoral, elector plástico, cambio político, ciudadanos y sociedad de los infieles.

 

                                                            

Abstract: This essay works on democracy and the importance of election freedom and political loyalty changes under this regime. The main idea stays that modern democracy in Latin America has been possible thanks to the “unfaithful”, those people who have decided to change their decisions and have chosen alternative ways in order to build new political realities in the region.

As a conclusion, we can say that it is necessary to change preferences and political loyalties in order to enforce democracy, weakening what we use to call “hard vote”, and give priority to a flexible voter.

 

Key words: Democracy, Latin America, unfaithfulness, electoral loyalty, flexible voter, political change, citizens and unfaithful society.

 

 

LA SOCIEDAD DE LOS INFIELES Y LA DEMOCRACIA.

El tránsito del “voto duro” al “elector plástico”

 

 

Andrés Valdez Zepeda [1]

Delia A. Huerta Franco[2]

Carmen L. Borrayo Rodriguez[3]

 

 

  1. Introducción

 

La democracia ha sido estudiada de diferentes maneras ya sea como proceso, como método o como sistema político. Desde la perspectiva procedimental, por ejemplo, a la democracia se le ha asociado con una forma específica para tomar decisiones, elegir representantes y hacer participe a los individuos en los asuntos colectivos (Schumpeter, 1947, Weber, 1961, Rawls, 1971). Aquí lo importante es el procedimiento, el método, la forma política o jurídica que adquiere para tomar  decisiones y elaborar políticas públicas. Para la perspectiva consensual, la democracia implica  el incorporar a las minorías en las decisiones de gobierno, el buscar consensos. Implica el incorporar a las minorías en las decisiones de gobierno, el buscar consensos, acuerdos y pactos entre mayorías y minorías para así asegurar la gobernabilidad (Kelsen, 1066, Lord Acton, 1955, O`Donnell, 1979, Kart, 1990). Para la teoría de la modernización, la democracia tiene que ver con precondiciones necesarias para su construcción como, por ejemplo, el desarrollo económico, cultural y educativo de los ciudadanos (Huntington, 1968, Lipset, 1959).

 

Sin  embargo, un aspecto poco estudiado de las democracias modernas tiene que ver con la libertad de los ciudadanos para tomar decisiones y, sobre todo, poder cambiar, en su momento, esta decisión, producto de su experiencia, la circunstancia o la coyuntura. Es decir, la democracia identificada con la “infidelidad” o “deslealtad” del ciudadano, más allá de los fanatismos, los estereotipos y los dogmas. La infidelidad entendida como la libertad para cambiar de opinión, revalorar la política y poder reorientar la identidad ideológica y los apoyos dados a ciertos actores políticos.

 

En política, ser fiel implica que un individuo adopte una determinada posición o compromiso político o ideológico y se mantenga siempre en él de manera consecuente.

Por su parte, ser infiel implica que un individuo adopte una determinada posición o actitud, pero que la pueda cambia con el tiempo. Esto significa que el infiel puede repensar, es decir, volver a pensar libremente, revalorar sin miedo y en libertar, para decidir si sigue en la misma posición o decide cambiar.

 

El vocablo infiel es, un tanto ambiguo, aunque siempre se le asocia con lago negativo. Significa aquello carente de fidelidad, aquel que no profesa la misma fe religiosa o política. Se usa como sinónimo de deslealtad, falta de fe y de ingratitud. Por su parte, la palabra fiel, que proviene del latín fidelis, es todo aquello que guarda fidelidad o fe, que observa la fe debida a otro.

 

En el presente escrito la fidelidad es conceptualizada como una decisión del ciudadano en libertad para optar por caminos alternos al estatus quo establecido, a los liderazgos tradicionales o la ideología dominante. Es una actitud de cuestionar los moldes existentes, pensando en formas diferentes y caminos distintos a los tomados por las mayorías. La infidelidad implica también el derecho de ser y pensar distinto tratando de persuadir a los demás, que comulgan en una cofradía de pensamiento, de que la mejor opción es el cambio y no la continuidad.

                                                                      

A la infidelidad muy comúnmente se le asocia maniqueistamente con la traición, la deslealtad, la ingratitud y la deserción y muy pocas receses se le identifica con una actitud positiva, deseable o una decisión que refleja la evolución y madurez cívica del individuo. Más bien, el infiel es el traidor, el ingrato, el renegado, el conspirador, el impío e insidioso. Sin embargo, en política, la infidelidad tiene una arista positiva y creadora, la cual debe ser tolerada y, de cierta manera, fomentada, ya que históricamente los grandes movimientos de los infieles, en el sentido como lo hemos conceptualizado, han revolucionado el mundo y lo han modernizado.

 

Esto implica el que revaloremos y repensemos, en su justa dimensión, el papel que históricamente han jugado las ideas alternas, diferentes o disidentes en el progreso y desarrollo de la humanidad, ya, que, en cierta medida, la modernidad ha sido producto no, como comúnmente se cree de la unanimidad y el consenso, sino del pluralismo y la divergencia.

 

Hoy día, la política en la orbe está rehaciendo sus premisas, en la que los viejos moldes, así como los valores y actitudes pasadas están  siendo transformadas, para dar origen a nuevas formas del pensamiento y a nuevos paradigmas. En este orden de ideas, esta nueva revolución en la política traerá, por primera vez, una revaloración de los disidentes e infieles, para considerarlos como actores importantes en la construcción de la nueva sociedad democrática. En lo que se tiene que avanzar es en entender, como lo señalará Sartori (11977), que la disidencia, la diversidad de opiniones y el contraste, no son, como comúnmente se cree, enemigos  de un orden político-social y, muchos menos, de la democracia. Al contrario, el principio central de la democracia liberal señala que la diferenciación y no la uniformidad constituye, la levadura y el más vital alimento para la convivencia democrático. En este sentido, el ser infiel es el más puro ejemplo del usufructo y vigencia de la libertad política de cuño democrático, ya que sino se le permite al ciudadano o se atreve éste a cambiar de opinión, o sea, a ser infiel, no se le esta permitiendo ser realmente un hombre libre.

 

 En el presente ensayo tratamos de analizar la importancia que tiene la libertad de decisión y, en particular, la infidelidad del ciudadano en la construcción de las sociedades democráticas. La tesis fundamental del trabajo sostiene que la modernidad democrática ha sido posible en la orbe gracias a los infieles, aquellos que han decidido cambiar de opinión y han adoptado por  caminos alternativos.

 

2.La Democracia como Infidelidad

 

 Si algo caracterizó a las sociedades autoritarias o totalitarias fue la fidelidad, “libre” o forzada, de los individuos hacia el sistema político y sus gobernantes. Estos regímenes políticos pudieron subsistir, por un amplio periodo, gracias al respaldo social, producto de los controles y mecanismos políticos para generar los “consensos”, así como para reproducir las ideologías, los elites y valores dominantes.

                                                                                                   

  En estas sociedades, se castigó severamente a los infieles por traidores, herejes, desleales, ingratos y desertores. Desde castigos menores hasta la segregación social, los trabajos forzados, la cárcel y la muerte se impusieron en contra de quienes osaban diferir o disentir del pensamiento hegemónico. De esta forma, ser o atreverse a ser infiel, implicaba muchos riesgos, inclusive la pérdida de la vida.

 

 De hecho, no fue sino hasta la época de la Reforma protestante, a mediados del sigo XVI, cuando nació el pluralismo, entendido éste como un derecho a la libertad de conciencia y de opinión, ya que la infidelidad o diversidad de opiniones era considerada como una causa de la ruina de los Estados, como fuente de discordia y desorden, pensándose en cambio que la unanimidad era el fundamento necesario de la solidez de los gobiernos (Sartori, 1997).

 

 Por eso, por muchos años, se fomentó la cultura de la lealtad como un valor superior en la política y se castigó a la deslealtad como una característica de los seres indeseables. Hoy día incluso, aún una máxima de la política señala que “la lealtad se premia, mientras que la deslealtad se castiga”. Sin embargo, el mundo, y no sólo la política, ha evolucionado gracias más bien a la deslealtad que a la lealtad. En la ciencia, por ejemplo, Nicolás Copérnico (1473-1543), fue desleal al pensar y afirmar que la tierra era redonda y no plana como señalaba el conocimiento convencional de su época. El Che Guevara, Gandih y el mismo Emiliano Zapata fueron, en su momento, también infieles consagrados, quienes desistieron de la forma como se gobernaban sus países y emprendieron distintos movimientos rebeldes.

 

 En la cultura, los movimientos modernizadores, que en su momento fueron considerados infieles, permitieron el desarrollo del arte y la creación de nuevos paradigmas permitiendo el desarrollo y al diversificación de distintos estilos y tendencias artísticas. Picazo y Tamayo son ejemplos paradigmáticos en el ámbito  de la pintura. Bacón, Darwin y Eistein en las ciencias exactas. Marx  en las ciencias sociales. Lucero en la religión. Todos estos casos, valorados en su justa dimensión, nos deben llevar a considerar y ver a los infieles no con  una lupa despreciativa, como personajes indeseables, desconfiables, sino más bien  como individuos que ejercen su libertad de decisión, que pueden optar o no hacerlo, según sea el caso, por caminos diferentes o alternativos.

 

 En este sentido, se puede afirmar que una sociedad democrática es infiel por naturaleza, ya que la democracia  implica el que se fomente y permita expresar la diferencia o el optar por caminos alternativos. Como lo señalará Kelsen (1966), aquel que vota con la  mayoría no está ya sometido únicamente a su voluntad. Ello lo advierte cuando cambia de opinión; en efecto para que el individuo sea libre nuevamente sería necesario encontrar una mayoría a favor de su nueva opinión.

 

En un régimen democrático, los ciudadanos pueden decidir apoyar una determinada idea, candidatura, partido, programa o política, pero también puede optar, en periodos subsecuentes por apoyar otra alternativa que puede ser diametralmente opuesta a la que apoyaron en un principio. Esto hace posible la alternancia, que, a su vez, es un prerrequisito de la democracia. Es decir, en la sociedad democrática, la alternancia en el poder, sólo puede darse por el cambio de preferencias y de “lealtades” de los electores.

 

En la sociedad democrática conviven tres actores principales: los fieles o leales, los infieles o disidentes y los indecisos o indiferentes, aquellos conformistas y apáticos que se mantienen, comúnmente, alejados de la política. Cada uno de ellos muestran patrones determinados de conducta y todos ellos juegan un papel importante en el proceso de construcción de una sociedad democrática.

 

3. ¡Soy Infiel y Que¡

 

      El hombre infiel es aquel disidente, individualista y racional por naturaleza, ya que sus decisiones las tomas, generalmente, con base en los beneficios reales o percibidos que puede obtener por su decisión. Es decir, el carácter de la decisión que se tome está en razón de ciertos razonamientos, cálculos y preferencias que hace el ciudadano en su vida cotidiana.

 

 Son, aunque no siempre, quienes abrasan una cultura propiamente democrática, quienes se identifican con la pluralidad de pensamientos, la tolerancia hacia las ideas diferentes y la predominancia de un estado de derecho. Por su parte, los fieles se identifican más bien con posturas monolíticas, concepciones predemocráticas, muy proclives a los extremismos y a apoyar a los líderes carismáticos o caudillos.

 

 Los infieles pertenecen  generalmente, en un principio, a grupos minoritarios que lucha por sustanciar sus creencias y propagar sus ideas, para construir, en el futuro mayorías claras y estables. El motor que impulsa a los infieles, muchas veces, tiene que ver con le romanticismo, el idealismo y la utopía, aunque, generalmente, logran, a la larga, triunfar y florecer en su encomio.

 

 Al ciudadano infiel se le acusa de realizar obras impías, de tener pensamientos radicales, de romper reglas y ser un desadaptado social. Por tal motivo, en los regímenes predemocráticos estas “desviaciones” son, como se apuntó más arriba, severamente sancionadas. Por cuestiones de seguridad de Estado, “divinas”, o de “interés público”, a los infieles se les hostiga, se les advierte, se les encarcela o se les asesina. En este sentido, todo puede ser perdonado, menos el ser infiel o desleal en la política. En estas sociedades, el único paradigma válido, en el que se núcleo a las mayorías, es el que sustenta en la razón del Estado y el que está en consonancia con el status quo.

 

En cambio, en la sociedad democrática, que es en esencia una sociedad en la que se tolera y fomenta la infidelidad, los paradigmas (políticos e ideológicos) se enfrascan en una lucha incesante en la construcción de mayorías electorales, pero ninguno de ellos perdura para siempre. En estas sociedades, el paradigma o liderazgo “hegemónico” que logra imponerse es sólo temporal, nunca permanente, ya que la estabilidad política se puede alcanzar sólo de manera efímera, pero nunca logra trascender la historia.

 

 En estas sociedades, el cambio es algo permanente y la infidelidad se constituye como el motor del cambio. El cambio no puede darse sino existen ciudadanos que piensan, actúan y deciden de manera diferente y que lucha de manera pacífica por transformarse en mayorías. La estabilidad, como antípoda del cambio, implica que los ciudadanos le sean fieles al sistema político, a las reglas y actores que rigen dicho sistema. El cambio,  por su parte implica un proceso de desmantelamiento de lo viejo y construcción de lo nuevo, donde la infidelidad se transforma en el motor que hace posible la concreción de dicha transformación.

 

En este sentido, el cambio implica el que el ciudadano haga uso de su derecho de elección y decisión, orientando su preferencia hacia nuevas ideas, paradigmas, actores o formaciones políticas. Empero, una vez que el cambio se ha consolidado y que la infidelidad vuelve a pernear la mente de algunos electores, entonces es cuando se hace necesario, una vez mas, una nueva metamorfosis social en la que los infieles tienden a constituirse en una nueva mayoría.

 

 Las sociedades monolíticas o predemocráticas son reacias al cambio, para ellas la fidelidad o lealtad al sistema es algo fundamental. Por conveniencia, miedo, ignorancia o identificación ideológica o política son sociedades leales que premian o estimulan la lealtad. Por su parte las sociedades heterogéneas o plurales, políticamente hablando son sociedades que buscan el cambio, generan liderazgos que incitan insistentemente a la sociedad a ser infieles y a optar por caminos alternos.

 

 Ser infiel implica tener un espíritu crítico y ser, de cierta manera autosuficiente y autónoma. El infiel es un inconforme permanente, que busca el cambio, cuestiona, debate, delibera, discute y emprende nuevos horizontes. Nunca acepta las cosas como verdades absolutas, sino que cree en la relatividad, en la lectura diferenciada de los fenómenos. El infiel solo es consecuente con el cambio, ya que su lealtad hacia una determinada causa, partido o líder es muy efímero y relativo. La infidelidad es la praxis en el que ejercita y degusta su libertad individual. El infiel tiene un libre albedrío y lo hace valer muchas veces a contracorriente. De hecho al mismo Rousseau, le gustaba ir contra la corriente. En su obra magistral (El Contrato Social), señalaba que el hombre consultaba su razón antes de escuchar sus inclinaciones y debe decidir su libertad en base a sus razones y no producto de las inercias.

 

 La ideas infieles son muy antiguas, Tomas Moro, por ejemplo en Utopía, escrita en 1516, afirmaba, al hablar de religión, que todos reconocían la existencia de un Dios creador del universo, pero que cada quien lo venera a su modo y que por lo tanto, cada quien debería tratar de persuadir al otro sin violencia o injuria, ya que nadie puede violar la libertad religiosa individual. John Locke, en la epístola de la tolerancia escrita en 1689 y en las tres cartas sobre la tolerancia, escritas en los años 1689 y 1692, discurre también sobre el principio de la libertad religiosa. Voltaire, por su parte, en 1762 escribió el Tratado de la Tolerancia en la que formula un alegato al favor de la tolerancia y en contra del dogmatismo religioso.

 

La infidelidad es heredera y, a su vez, continuación del racionalismo, del respeto a la libertad de creencia, el acatamiento al estado de derecho y a la democracia liberal. El infiel además, no solo destruye como comúnmente como se le considera, sino que también es poseedor de un gran espíritu constructor. Un infiel, en el sentido que aquí se le esta analizando, puede impulsar criticas útiles, constructivas y centradas, aunque también, mal canalizadas sus inquietudes y criticas, pueden dar origen a movimientos radicales. Por ello, para evitar la anarquía y desestabilización política, la infidelidad  moderada, centrista y meditada, canalizada pacíficamente, es lo más conveniente. La infidelidad radical o violenta producto de las vísceras y la sin razón puede producir descomposición social e ingobernabilidad.

 

 

 

 

4. El Mundo del Fiel

 

  Los fieles son los que creen, los seguidores, los estables, los apacibles e “institucionales.” El fiel es, además, un fanático, contrario al infiel que es, mas bien, un critico. Su idiosincrasia está más ligada al dogmatismo, a apoyar los estereotipos y la unanimidad. En cosencuencia es mucho más intolerante a la diversidad y la diferencia de opiniones.

 

 El infiel ha sido sujeto, conciente o inconscientemente, de una alta ideologización, mientras que el infiel ha podido establecer barreras y obstáculos para evitar o evadir dicha ideologización. El fiel es un fanático, que se identifica intensamente con banderas y colores, que está dispuesto a ceder su “libertad”, o incluso su vida, mientras que el infiel ama su libertad y es egoísta. El fiel tiene generalmente una baja autoestima, mientras que el infiel es poseedor de una alta autoevaluación. El fiel es conformista, mientras que el infiel es atrevido, rebelde y perseverante.

 

El infiel se hace, no nace. Esto implica que los sistemas políticos y los mecanismos ideológicos juegan un papel muy importante en moldear la mentalidad del individuo. Existen diferentes medios, estrategias y métodos para impedir o tratar de incidir para que el ciudadano no sea infiel o que siga manteniéndose en consonancia con el status quo. Por ejemplo, una gran parte de las acciones de gobierno, las actividades prolitistas de los partidos, la propaganda y las campañas políticas están orientadas a lograr el apoyo de los ciudadanos y, por ende, evitar la infidelidad del elector.

 

Los individuos fieles en la política de identifican, mas bien, con posturas monolíticas y con concepciones homogéneas o autoritarias. El dogmatismo, los fundamentalismos y los extremismos son el resultado de la fidelidad ciega e incluso, a veces, enfermizo hacia determinadas ideologías, personas o causas. Sin embargo, por más benévola, justa e integra que sea la causa, bandera, partido o líder, siempre existirá el riesgo de llegar a la rigidez, el dogma y el fundamentalismo.

 

 Las sociedades homogéneas son sociedades generalmente autoritarias, mientras que una sociedad heterogénea o plural, desde la perspectiva de la política, es una sociedad democrática que tolera la disidencia y la oposición. Es decir, toda sociedad heterogenia y de mercado es una sociedad infiel por naturaleza, que está atenta ante la pluralidad y diversidad de alternativas que se le presentan y por ende es una sociedad democrática.

 

 La infidelidad sólo se da y se acepta abiertamente en un sistema de estirpe democrático. En este sentido, la democracia puede ser definida como un sistema político que tolera y crea espacio para la expresión del disenso. En estos sistemas, la tolerancia a la infidelidad es considerada una virtud cívica de cuño y patente democrática y no una desviación individual, debilidad o falta de carácter del Estado. En el mismo sentido, la política puede ser conceptualizada en la era democrática, como la lucha entre diversos partidos, candidatos o actores políticos por evitar o acrecentar, dependiendo de si sostenta o no el poder, la infidelidad del elector.

 

 

 

5.  Los Indecisos e Indiferentes

 

En las sociedades democráticas, los indecisos son los individuos más asediados por los fieles y los infieles. En estas sociedades, muchas veces, los primeros son sectores mayoritarios. Por ello, el esfuerzo de los dos últimos (fieles e infieles) se orientan a tratar de hacerlos conversos y seguidores de sus ideas, aventuras y decisiones. La política, en este sentido, no es más que la relación que se establece entre estos actores, en la que se usan diversos símbolos, signos y ritos políticos en la búsqueda de la construcción de mayorías.

 

Solo la democracia nos permite la convivencia cívica y civilizada de los fieles y los infieles, así como de los indecisos e indiferentes, en una cofradía de intereses diversos y complejos. Sin embargo, la grandeza de los sistemas democráticos es que no sólo toleran a los infieles, sino también a los apáticos y displicentes. Este es uno de sus más grandes aciertos y virtudes.

 

 La verdadera libertad radica, entonces, en poder cambiar de opinión y no ser reprendido e, incluso, en tener derecho a no tener opinión. Esto implica, no solo el derecho al disenso, sino a formar parte de una minoría o mayoría silenciosa. Al respecto, Lord Acton (1955) señaló que la prueba más segura para juzgar si un país es verdaderamente libre es el quantum de seguridad de la que gozan las minorías silenciosas o criticas. Uno de los derechos de los ciudadanos en toda democracia es el respeto de su libertad de expresión. El ciudadanos puede decidir ser fiel o infiel, leal o desleal, y el respeto a esa libertad de elección es el fundamento principal en el que recae todo sistema democrático.

 

Sin embargo, esta postura tiene que ser atípicamente consecuente, ya que en su momento, los infieles tendrán que sufrir alguna o muchas infidelidades. Es decir, el espíritu critico del infiel, al ser consecuente, debe aceptar ser criticado. Esto implica el que en este tipo de sociedades, la democracia posibilite, incluso que los infieles puedan reconsiderar su decisión y opten, si así lo deciden, por regresar su apoyo o lealtad hacia el partido o la plataforma programática que habían creído en el pasado o hacia formulas nuevas.

 

 

6.  Los infieles y la transición Mexicana

 

 Si analizamos la tercera ola de transiciones a la democracia, nos daremos cuenta de que el mundo, hoy en día, está llena de infieles y “traidores”,  quienes en su momento, renegaron de los sistemas autoritarios y totalitarios predominantes en la orbe durante las décadas que va de los 70´s a los 90’s y se involucraron, de diversas maneras, en los movimientos democratizadores que iniciaron en 1974 con la “revolución de los claveles” en Portugal. De hecho, la misma alternancia en México del 2 de julio del 2000, fue posible gracias a la infidelidad del elector, quien optó mayoritariamente por una alternativa distinta a la hegemónica del pasado, fortaleciendo la competitividad de los partidos, entonces de oposición, como el PAN y otorgando el respaldo mayoritario a la Alianza por el Cambio.

 

 La transición hacia la democracia ha significado para México en primer lugar, la “desregulación” del electorado; posteriormente, la conformación del mercado electoral y finalmente, la intensa disputa del mercado y las lealtades del elector por diversos partidos y candidatos. Sin embargo, la democracia mexicana tendrá aún que enfrentar una serie de desafíos y retos para poder consolidarse. “Normalizar,” por ejemplo, la conversión de ciudadanos fieles a infieles y hacerlo de manera pacifica y civilizada será una tarea mayor. La construcción de la cultura democrática implicará la transformación del ciudadano permeado por un concepto monolítico y de recia lealtad a ciertos paradigmas, líderes y partidos, hacia una nueva concepción infiel y relativa de la política. En este sentido, a futuro la consolidación democrática implicará la transformación de las lealtades electorales hacia estadios de mayor volubilidad y efimeridad.

 

De hecho, muchos paises de america latina se encuentran, hoy día, no sólo ante una transición política, sino ante una cambio sustentado en la infidelidad de los electores respecto a moldes y prejuicios formados en el pasado. Esto, es algo normal, ya que toda democracia pasa necesariamente por el transito de los prejuicios y de los estereotipos en la política a un estadio de madurez cívica respecto a la legalidad y de tolerancia, en la que se reconocen los derechos de los ciudadanos de creer algo diferente a lo que nosotros creemos.

 

Aunque, habrá de señalarse que en toda democracia emergente, como la latinoamericana, la infidelidad es, en una primera etapa, severamente cuestionada por la clase política y la misma sociedad, mientras que en una democracia consolidada la infidelidad es considerada como consustancial al grado de madurez e independencia del individuo alcanzada en la política. De esta forma, ser infiel (traidor) en una sociedad en transición es, de cierta manera, inmoral, mientras que en una democracia consolidada ser infiel (disidente) en la política es algo socialmente aceptado y reconocido. Sin embargo, poco a poco se entenderá que la transición implica el terminar con la idea de la sociedad homogénea y pasar a la sociedad heterogénea o infiel.

 

En este orden de ideas, no es exagerado decir que el meollo de las crisis que enfrentan las sociedades en transición tienen que ver, de cierta manera, con el proceso de formación individual y de aceptación social del espíritu infiel del ciudadano, ya que esta sociedades generalmente se debaten entre el dilema de volver al pasado, permanecer con el nuevo status quo o experimentar con nuevas alternativas para el futuro.

 

7.Consideraciones finales

 

 La sociedad democrática moderna es una cofradía en la que predomina, ya no el “hombre dogma” o monolítico, como fue lo característico del pasado, sino el “hombre plástico”, aquel que es sujeto, por derecho, de cambiar de opinión, de moldear su decisión política, dependiendo de una serie de circunstancias, experiencias, interés y valoraciones. En este sentido, la democracia es una sociedad de la plasticidad, de la efimeridad y la circunstancia, donde las verdades y las posturas no son eternas, sino efímeras y relativas. Lo único seguro en la era de la democracia es que nada es seguro, ya que todo cambia.

 

 La democracia supone la existencia del hombre plástico, sujeto de ser persuadido, moldeado y convencido de cambiar de opinión, ya que solo las sociedades autoritarias o totalitarias se sustentaban en los fanatismos y dogmatismos. En la democracia, el trabajo proselitista de los partidos no es más que un esfuerzo por mantener o cambiar la lealtad del elector, por tratar, por un lado, de hacer infiel al fiel o indeciso o, por otro lado, ser fiel al infiel. Es decir, la democracia implica, de cierta manera, la transición del hombre “roca”, fiel, leal, fanático, dogmático, ideologizado y monolítico al hombre “plástico”, plural, moldeable y persuadible. De esta forma, en esta sociedad la misma política está convocada a reinventarse continuamente a si misma, bajo escenarios imprescindibles.

 

 En este orden de ideas, la relatividad y volubilidad en la política cobran una dimensión importante. Nada es absoluto y eterno, todo es relativo y efímero. Las ideas que, hoy día, aparecen como de avanzada, revolucionarias y modernas, el día de mañana serán consideradas como conservadoras, retrogradas y caducas. Nadie tiene la razón, sino que la razón le pertenece a muchos. Esta razón se define con base en el interés político de Estado, de grupo o individual que subyace detrás de ella.

 

De todos los sistemas políticos, sólo la democracia es un sistema de infidelidad. En estos sistemas se respeta el pensamiento alterno y diferente del ciudadano, ya que sólo una democracia se sustenta en el respeto a la pluralidad y a la acción deliberativa de sus electores. Esta infidelidad implica sobre todo, la libertad de decidir por una u otra opción; la libertad por construir nuevos futuros y optar por caminos alternativos, respetando la decisión soberana del ciudadano.

 

La democracia presupone el pluralismo de opiniones, preferencias y proyectos políticos, pero también el que los ciudadanos puedan cambiar de decisión y apoyen o no a diferentes opciones o alternativas. El mismo Bobbio (1985) sostiene que no vivimos en un universo en el cual algunos grupos, que pueden ser de carácter religioso o político, y, por lo tanto, ideológico, son los únicos depositarios de la verdad, sino de un multiverso que contrariamente se integra por una sociedad compleja de carácter plural. En este mismo orden de ideas, Karl Popper (1945) criticaba el monopolio de la fe y propugnaba por la sociedad abierta.

 

En fin, la verdadera construcción democrática implicará la transformación del “hombre dogma” en “hombre plástico.” Un cambio de época muy importante que implicará, por un lado, la desaparición del tribalismo y el fanatismo en la política y, por otro lado, el reforzamiento de la tradición crítica y deliberativa de la sociedad. La ortodoxia del pasado fue la fidelidad en la política, la del futuro, muy seguramente, será la de la infidelidad.

 

 

 

 

 

 

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[1]Andrés valdez Zepeda es doctor en estudios latinoamericanos por la Universidad de Nuevo México (USA), donde se graduó con honores. Es Miembro del Sistema Nacionald e Investigadores desde 1998. Autor de los libros 1) Campañas Electorales Inteligentes,  2) Gerencia de Campañas Electorales 3) Campañas Electorales Lúdicas y Mercadotecnia de las Emociones: su aplicación a la política electoral y el gobierno.

 

Actualmente, se desempeña como profesor investigador del CUCEA de la Universidad de Guadalajara, México. azepeda@cucea.udg.mx

 

[2]Delia Amparo Hueta Franco es profesora investigadora del CUCEA de la Universidad de Guadalajara.

 

[3]Carmen Leticia Borrayo Rodriquez. Doctora en educación, miembro del Sistema Nacional de Investigadores, coordinadora de cuerpo academico e investigadora del CUCEA de la Universidad de Guadalajara.